miércoles, abril 4

Semana ¿santa?



Hace algún tiempo ya, un jueves para ser exacto, sin importarme como EL estaba, solo preocupado por mis pequeños dolores, rabias, neurastenias, pequeñas soberbias y total ceguera de lo que sucedía y sucede a mi alrededor, le pregunté ¿por qué los dolores, la maldad y todo el sufrimiento en el mundo?, ¿en donde estaba el amor?, y si realmente me amaba y a todo el mundo también (¡por supuesto muy inmerso en el individualismo, uno primero!).
EL venía triste, agotado, sudoroso, dolido como hoja seca en otoño, pero yo insistí, me miró con ese mismo rostro de arriba y me respondió que sí. Me dijo que el amor estaba en cada uno de nosotros, que no lo escondiéramos, que nos lo entregáramos los unos a los otros, especialmente a aquel semejante que no nos quiere ni que queremos, porque o si no, ¿que valor tenía amar a los que siempre amamos y conocemos?
El viernes lo golpearon, lo escupieron, lo defecaron, lo orinaron en sus heridas físicas que manaban sangre a borbotones, se cansaron de flagelarlo, se rieron de EL, se reían de su voz entrecortada de dolor, cuando pedía al padre que los perdonara a todos aquellos, hasta que su cuerpo no soportó mas y se detuvo.
Tenía extendidos los brazos como si nos estuviera abrazando para describirnos cuánto nos ama.
El sábado me sentí solo, atribulado, arrepentido, poca cosa, entonces entendí, no cualquiera tiene la valentía, la inteligencia de amar sin condición ni negociación (siempre justificamos esto último con el tener los pies en la tierra), hay que ser extremadamente fuerte para poder hacerlo, porque todos podemos, todos sin excepción, pero no somos capaces de llevarlo a cabo, nos arrancamos a perdernos, nos negamos a nosotros mismos el que podemos y somos capaces de amar (de verdad), a veces nos ahorcamos en el árbol del egoísmo y nos arropamos en nuestro templo sagrado del materialismo y la soberbia social, intelectual y espiritual.
Por eso tal vez, nos vamos de vacaciones a reírnos, a burlarnos a golpearnos a bañarnos en nuestras propias aguas servidas como sepulcros blanqueados.
El domingo estamos agotados, hemos cumplido con ir a cualquiera de los ritos o misas de cualquiera de las religiones que hablan de EL, por eso estamos agotados, nos hemos refugiado como Caifaces en nuestros ritos, escrituras y pensamientos, a pesar de que nuestro templo sagrado del materialismo, la soberbia, el egoísmo y la maldad pestilente, el viernes se desgarró y partió en tres. Que vamos a hacer, ya es domingo y mañana lunes nos preguntaremos ¿por qué el mundo es tan triste y cruel?, ¿por qué las cosas no nos resultan a nivel personal y de sociedad?
Apuntalamos nuestro sagradísimo templo, con los pilares de siempre, los de barro como si eso fuera la solución y se nos olvida que EL, está aquí, en todo lugar, en toda época, aún en medio de la indiferencia contumaz de todos nosotros.
Se nos olvida que hemos venido a hacer la tarea de evolucionar y no a que nos haga la tarea. EL lo dio todo, absolutamente todo para que aprendiéramos, para que miráramos con el corazón sus enseñanzas y actuáramos en consecuencia, y aun nos mira con la serenidad del amor mas puro, así es que, ¿Felices vacaciones de semana santa?, solo de nosotros depende, porque no somos dignos, solo una palabra y bastará para sanarnos, pero debemos asumirlo.
Que la preocupación por el traje que luciremos en la misa, la liturgia o cualquier otro de los ritos religiosos de semana santa, no nos impida absorber la santidad de esta semana y por lo mismo el gran regalo y enseñanza que de por si ES.-
La pasión del Cristo, una fidedigna representación de lo que somos, en igual, mayor o menor escala (leer a Flavio Josefo o a Heródoto), porque poco o nada hemos cambiado desde aquellos tiempos.
La brutalidad y la ceguera espiritual y humana siguen igual. Será que no queremos asumir que está en nuestra mano, en nuestro día a día cambiar y darnos el tiempo de entender y entendernos, desde adentro, sin obnubilaciones provocadas por lo externo, reflejarnos en los demás, descubrirnos a nosotros mismos y perdonarnos, no crucificarnos.-

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